Hace diez años mi viejo me dio la noticia de que los planes y proyectos con la familia eran enormes, que las metas que se puso con mi madre estaban trazadas según el tiempo en que nosotros íbamos creciendo, que estaba todo calculado, que cumplir nuestros sueños requerían de muchos sacrificios y me enseño que él como jefe de familia debería ser el más sacrificado y así lo hizo en febrero del año siguiente.
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Hace diez años mi viejo se enrumbo en un tour a México, Taxco, Tijuana y una visita fugaz a la Virgen de Guadalupe estaban dentro del paquete turístico y la misión imperante ya planificada en su ser lo obligaban a zafarse del grupo turístico para internarse dos meses después en algún barrio de Tijuana o alguno fronterizo que no se a ciencia cierta y que seria los siguientes 4 meses en su hogar.
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En estos diez años mi padre se ha convertido en mi héroe favorito que ningún comic podría superar, coincidentemente todos los súper héroes son americanos (inútiles legales de ficción), pero este hijo de padres iqueños, de carácter tranquilo y sosegado, que conoció a la mujer de su vida muy contraria a él, un polo opuesto total, que encaraba con firmeza y justicia, que plasmaba su ideal con convicción, que defendía a su familia como una fiera, sutil y tiernamente maternal, lo convirtió en mi papá a los 28 años, contra todo pronostico un 9 de noviembre.
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Su única carta, escrita hace 10 años, presagiaba lo que me ocurriría los años siguientes, una frase al final de sus líneas manifestaba todo su añoranza de estar con su familia y particularmente creo que conmigo, frase que cuando la recuerdo dejo de ser yo, frase que me hace retroceder una adolescencia cortada por la necesidad de priorizar por la familia, “me estoy perdiendo los mejores años de mi vida” escribió, fueron las palabras que me sumergieron en la soledad, en una profunda tristeza y una gran melancolía. La última imagen suya arrastrando su maleta una madrugada de febrero, camino a embarcarse a México era todo lo que tenía, las ventanas del cafetín del aeropuerto apuntaban a la pista de aterrizaje, los primeros rayos de aquella mañana de febrero mostraban al avión de mi viejo alejarse de nuestra vista para emprender vuelo, el zumbido raudo y fuerte del boeing de Aero México se acercaba para enrumbarse… ya delante de nosotros, con la tristeza y las lagrimas en los ojos, el avión se eleva levantando el tren de aterrizaje, llevándose a mi viejo y sus maletas cargadas de ilusión.
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Han pasado diez años para su espera y aunque la espera desespera la confianza de volverlo a ver están ahí, esperanza de verlo entrar por la salida de pasajeros, con algún look diferente, con la sonrisa en los labios y los ojos llenos de emoción.
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Este es el año diez de su partida, no se porque pero sospecho que ya esta viniendo.
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