sábado, febrero 17, 2007

El Inmigrante

Un 2 de febrero exactamente, mi padre cenaba en casa con nosotros, la cena fue silenciosa y nostálgica, durante la semana previa habíamos pasado el tiempo juntos, como casi nunca, habíamos salido repetidas veces de compras, a la playa, habíamos ido a jugar fútbol por primera vez juntos en una cancha de gras, algún parque de diversiones, fueron momentos tan gratos como únicos e importantes.
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Mi padre se iba de tour a México, según la ruta visitaría ciudad de México, Taxco, el santuario de la Virgen de Guadalupe, Tijuana, y ahí haría una escala que duraría cuatro meses, pues habría de, metafóricamente hablando, romper el tour mexicano.
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La mañana del 6 de febrero mi familia entre ellos mi tía, mi primo y su mamá, nos acompañarían al aeropuerto, todos sabían nuestro plan, mi padre iba a dar el salto más importante de su vida, conseguir el sueño americano, llegar a los Estados Unidos.
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Un “coyote” lo alojaría durante un tiempo (que no seria exactamente cuatro meses) cobijándolo, albergándolo, escondiéndolo, arriesgándolo.
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Todos los días mi padre, según nos cuenta, se despertaba a las 4 de la mañana, se asomaba por la ventana y veía pasar a la DEA, para nadie es sorpresa de que en Tijuana se esconden los más avezados narcotraficantes del mundo, habían ocasiones en las que mi padre se escondía en su habitación y escuchaba a lo lejos los tiroteos que se daban en las calles, salir era imposible, así que sumergió en la lectura, empezó por la Biblia por resultar más esperanzador y continuo leyendo a Alighieri, Vargas Llosa, García Márquez, Mark Twain, entre otros.
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Una madrugada de junio mi padre dormía o podría decirse trataba de dormir sobre un viejo colchón de paja, cubierto con una tela rancia y percudida, con una camisa doblada en mil que usada como almohada, el coyote entra y sin decirle nada le hace unas señas, era hora de partir, mi padre calza los zapatos que se van rompiendo por el uso, sacude su camisa, se la pone y sale sigilosamente, había un suerte de tolva que los llevaría lo más cerca posible a la frontera, mi padre sube y el chofer le dice que mantenga la cabeza abajo, otras personas están también en dicha posición, los cubren con una pesada manta con hedor a podrido, y empieza la ruta, la manta hacia sudar en demasía, el coche andaba por Dios sabe donde, el temor empezó a correr por las venas y el recuerdo de sus hijos tatuado en su corazón.
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Media hora después el coche se detiene, era las 2 de la mañana, el chofer abre la manta restaurando el olor a frescura de la media noche, el coyote pide que bajen en cuclillas, el chofer sale rápidamente, simulando un campo de entrenamiento, da las instrucciones, agáchense cuando vean faroles, caminen de agachados, no hablen, no utilicen ramas como bastones, cuidado con los alacranes, la noche zumbaba al ritmo de los grillos, el cielo mexicano se mezclaba con el americano, el intenso olor a desierto se iba penetrando en los pulmones, empezaba la odisea.
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3 de la mañana, no habían descansado en absoluto, una hora caminando requería obligatoriamente de un lapso de tiempo para continuar con el periplo, era necesario, pues no habían advertido del asma de un nicaragüense, la posible fiebre de una hondureña y la tos de un colombiano, era necesario, el coyote se impacientaba y hablaba susurrando de que las patrullas podrían estar cerca, en eso un zumbido provino del cielo como de sorpresa, el ruido imitaba al relámpago, un helicóptero surcaba los cielos con un gran farol, poniendo de día el desierto, el territorio tenia por suerte unos matorrales que desde el cielo parecían botones verdes, siguiendo las indicaciones aprendidas durante la estadía en Tijuana, mi padre se escabullo debajo de una de ellas, aguantando las respiración y sin dar el mínimo de movimiento, el helicóptero rondaba cual gigantesca águila dispuesta a devorar a sus presas, el llanto de la mujer hondureña en el arbusto aledaño hizo recordar a mi padre los momentos con nosotros en casa, como si fuera dar un paso a la muerte, recordó como un veloz álbum de fotografías, el nacimiento de sus hijos, su matrimonio, los domingos familiares, su primer carro, nuestro único partido de fútbol, las caidas de mi hermana, la sazón de mi madre, se encomendó al Dios que los miraba pidiéndole que le conceda dar un paso más, el helicóptero partió hacia el sur, volando lento, el gesto del coyote a retomar el avance los guardias estarían cerca.
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4 de la mañana y el río una especie de acequia que dividía ambos países los esperaba con un brevísimo caudal, a lo lejos seis farolas se acercaban, los cuerpos se encontraban sumergidos, no podía haber marcha atrás, el coyote instruye a los inmigrantes, mi padre se sumerge con la única ropa que tenia, una pequeña caña lo podría mantener con vida, con los cuerpo ya sumergidos el agua se aquieto los faroles alumbraban el río con una luz intermitente, la respiración se acentuaba más, mi padre mantenía las esperanzas en una caña y su breve respiración a través del improvisado respirador, cuando en un momento, el agua empezó a entrar por el agujero, un hilillo de agua empezó atragantar a mi padre, los faroles aún alumbraban, no era posible, según el coyote tan solo faltaba un tramo más.
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Los faroles dejaron de alumbrar y mi padre botaba el agua como si fuera un filtro, una mano amiga lo saco del fondo del río justo cuando mi padre se encomendaba una vez más al Dios que los ponía a prueba.
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Mi madre estuvo toda la tarde angustiada, en si desde que mi padre se fue mantuvo esa angustia, “recen por su papa” nos decía, tratando de dormir mi madre sube a nuestra habitación, se sienta al borde de la cama, caricia mi frente “¿no puedes dormir?” me dijo con una voz suave, medio soñoliento la miro, le sonrió y continua “tu papá cruzo...”, la miro con asombro y ella sonríe con lagrimas en los ojos, la abrazo y mi hermana que tampoco podía dormir se acerca y se une al abrazo eterno de familia, nos aferrábamos a esa misteriosa fe que mantenía a mi madre “Dios esta con nosotros” dijo y nos animo a ir a misa a agradecerle al Dios que miraba y cuidaba a mi padre en el terrible desierto americano.
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Mi padre cruzó a las 5 de la mañana de un día de Junio junto a los otras tres personas, según cuenta la hermana de mi papá, llego tan solo en una trusa pues tuvo que despojarse de sus ropas pues el color del río había disfrazado con una suerte de camuflaje a mi padre haciendo despistar una vez más a un helicóptero de los marines.
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Hoy tiene 7 años y es probable que le den la residencia y si el mismo Dios que lo protegió, quiere, nos dejara volver a verlo una vez más.
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Un homenaje para aquellas personas que llegaron a su destino, para los que lo intentaron y por aquellos que se quedaron en el camino.

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