jueves, febrero 18, 2010

Nueva York

Las ruedas del avión tocan la pista del Jhon F. Kennedy, son las 8 de la mañana, hace frío en la ciudad de Queen; mi arribo al país del tío Sam se da con las extremas medidas de seguridad que requiere la potencial mundial que es. La cuidad de Frank Sinatra, la ciudad que nunca duerme… la gran manzana albergaba algunos años al hombre que contribuyó con mi existencia… mi padre.

En un ambiente multiracial mis primeras impresiones no fueron de gran bienvenida, un dominicano revisa mis maletas cual sahueso de bomba, una nicaraguense quizas aburrida del día a día me conmina a tocar el botón verde, un americano arrancha mi maleta y lo empuja a la camara de rayos equis, mientras que una angoleña me dicta un sinfín de instrucciones antes de pasar por el bastón detector de metales de un desabrido e insulso americano… media hora más tarde sali del JFK con mis maletas rebuscadas y mal ordenadas. 

Una retafila de taxis amarillos pululan a las afueras del aeropuerto, la mala suerte aun seguía conmigo y lidiar con hindues, iraníes y un croata que no pronunciaban bien su ingles se confundían con mi pesima pronunciación… ese momento de babel me generaban un gran temor… ya me sentía perdido; sin embargo, un colombiano se ofreció a llevarme y aglomeró mis maletas como pudo, raudo y veloz salió sin rumbo del aeropuerto.

Cruzo el puente de Manhattan, terrible congestionamiento y saturado de edificios como el Woolworth o el Chrysler en la isla Manhattan, fui dejando cual miga de pan pequeñas señales de mi recorrido por si terminaba perdido; la avenida Lexington con la Calle 42. El Empire State y el Seagram en el corazón de Manhattan (52 y 53 de Park Avenue, para recordar). Nuevamente el inmenso tráfico me detuvo a un lado del gigantesco Central Park, también en Manhattan. Y el complejo de edificios comerciales entre la 48 y la 51.

El alegre colombiano tararea unas canciones de su Niche natal, me cuenta por secuencias la historia de su vida y de su osada aventura en la frontera mexico-americano; me pregunta si estoy por esos lares por alguna vieja, le sonrio asegurandole que no… “uy mi parce usted se me va enamorar de tanta chimba bella” menciona algunos nombres de lugares que sospecho que son night clubs, continua tarareando canciones de su Cali pachanguero, piropea a cuanta chica pasa, sigue conduciendo con precaución, no quiere manchar su hoja de inmigrante con alguna sanción vehicular y sin querer se convierte en mi guia.

Me regala una tarjeta con su número celular “Hoy juega los Yankee, por si le gusta el beis…”, le aseguro que lo llamare… me dice que ya estamos llegando a mi destino… tengo el corazon latiendo a mil, tengo una emoción inexplicable, un recuerdo esperando muchos años.

El parce me ayuda con las pocas maletas que traia, le pago la carrera y me despido de él dandole un apretón de manos… toco el timbre… tras esa puerta un hombre se apresura a recibirme… su mirada emocionada y alegre, su poca cabellera canosa, su apariencia nostalgica, los muchos años en este extraño país… el hombre que me dio la vida abre la puerta y nuevamente su corazón, me abraza como a un niño pequeño y me pierdo en esos brazos que me recibieron hace 35 años una mañana de noviembre.

Un beso protector en la frente y ese “no sabes cuanto te he extrañado” me hicieron romper en llanto; las palabras sobraron en aquel momento… volvi abrazar a mi papá y en ese abrazo quise plasmar todo lo que me guarde todos estos años, todas las noches que pense en él, los momentos en que me hizo mucha falta, los días en soledad que lo imaginaba a mi lado... todo resumido en ese abrazo que se torno largo, inmenso, eterno… un abrazo que no quería que se acabe nunca.

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