sábado, junio 02, 2007

Gajes del oficio

Ser periodista cuesta mucho y lo acabo de comprobar de la manera más sublime y a la vez intensa, mi primera comisión, así enserio, era el tratar el tema de la prostitución en un distrito de la capital, donde el meretricio es pan de cada día, mujeres ofreciendo su encanto, besos alquilados, pechos limitados, una noche que se pinta de rojo carmesí, una cámara fotográfica, una grabadora de mano, zapatillas ligeras por si hay que correr al mejor estilo de Pedro Navaja, siluetas que adornan la Petit Thouars con Bernardo Alcedo, cuerpos salidos de quirófanos clandestinos, disfrazando lo poco que concedió la naturaleza.
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La imagen de una rubia mujer que a paso libre pasea de un lado a otro sectorizando su espacio, mi presencia no parece inmutarle, sus tacones es lo único que suena a lo largo de la calle, -solito- me dice sin titubear, -haciendo mi tarea- le dije a manera de sarcasmo, me mira de pies a cabeza y al instante -ah, periodista- me dice haciendo un gesto con la boca como diciéndome lo inoportuno y estorbante de mi presencia.
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Me atrevo a rogarle una entrevista, me cotiza su valor y caminamos rumbo a un edificio andrajoso, oscuro y misterioso, una departamento simple de soltera, una sencilla sala comedor, seguido de una habitación de color palo rosa, una cama de dos plazas y media, un cubrecama de terciopelo rojo, almohadas blancas, un televisor con un canal porno, una mesa de noche con tres celulares y un cajón repleto de preservativos, cortinas cerradas que dan a una avenida Arenales desolado, me pide que me acomode y que le pague, me siento al borde de su cama y enciendo la grabadora, le pregunto su nombre, Romina me dice y comienza una tertulia que le da una atmósfera de confianza, reímos de sus experiencias, de cómo se inicio, de cómo empezó esta loca vida, me cuenta de los periodistas famosos que pasaron por su ara, de los transeúntes con deseos extraños y extravagantes, le gustaría ser periodista de espectáculos me dice, porque conoce los secretos mejor guardados de la farándula, alguna vez salió en un talk show y le gustaría ser vedette profesional, se siente en confianza y me enseña su inmensa colección de lencería, la mayoría hecha por ella, curiosos calzoncitos con aberturas sugestivas de diversos colores y formas, brazieres diminutos, de tela de algodón y cuero negro, cadenas y espuelas, consoladores y suveniers sexuales, de todo para la satisfacción del cliente, me cuenta su tarifa según la importancia del parroquiano y lo más extraño que ha hecho, un trío que no le gusto, porque sexualmente la precocidad de sus sometedores la dejo con las ganas y ríe por su anécdota.
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Miro su cuerpo, fijamente a sus pechos, sabe que la observo se pone de pie y camina hacia la puerta, entra a la cocina y desde ahí pregunta si quiero tomar algo, por temor a ser envenenado o drogado y amanecer en la calle sin un riñón me niego, ella entra con un vaso de gaseosa, le pido tomarle la foto y ella se recuesta en su cama, coquetea con el lente, sonríe, manda besitos para sus “fans”, luego se pone seria y me mira, le tomo la foto de la cual decido será publicada, se acerca y me besa -vas a escribir bonito de mi ¿ya?, hazme famosa- y empieza con su cortejo amatorio, me desviste y añade -lo hago para ayudar al periodismo, la verdad ante todo- pienso entonces que no me arrepiento de haber escogido una de las carreras que puede ser la mejor de las profesiones o el más vil de los oficios.

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