jueves, febrero 14, 2008

La moneda de la suerte

La inflación llegó a mis bolsillos una tarde de verano, el déficit económico del país había colapsado de manera asombrosa al extremo que el dólar había perdido su valor y se había reducido a un risible 2.89 al cambio, como decía mi difunto abuelo “tendríamos que volver hacer maravillas para subsistir”.
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Adriana y yo ya no nos vemos hace mucho tiempo, desde que me dijo que lo nuestro no podía seguir, me empecine en olvidarla pero quería despedirme de ella con provocadores mensajes de texto con el afán de que vuelva a ser mía por muchas ultimas veces, pero al parecer el noviazgo le rondaba en la cabeza y la pedida de mano le había hecho meditar y darse cuenta de que quien sobraba ahí era yo.
Entonces decidimos separarnos fingiendo un mutuo acuerdo y la deje seguir con su vida de enamorada, novia y futura señora de su casa, sin embargo me pidió que no rompa la amistad por nada del mundo.
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Ese día de verano con tan solo un sol en los bolsillos, Adriana me llama pidiendo vernos, pensaba que en este mal momento desperdiciar una oportunidad así no podría pues de tan solo verla me pondría de buen humor.
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Adriana me cita con un sugestivo mensaje de texto para vernos en un concurrido centro comercial, el deseo y lo apetecible de su cuerpo me hicieron imaginar que podría tenerla nuevamente, pero no podría ser, la moneda en el bolsillo me advertía de una tremenda humillación y mi titulo de “misio de miércoles” me amenazaba como si tuviera un revolver apuntándome en la sien, y pensaba “hoy que quieres verme... no tengo”.
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Rodrigo me dice que pagan el viernes todavía y que no me pueden dar ningún adelanto, que tendría que esperar, Adriana no iba a esperar, no tendría porque esperar, había que empezar a creer en los milagros.
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La situación me llevo a involucrarme con un de esas maquinas tragamonedas, el sol que no brillaba en mi bolsillo parecía ser la llave que me daría la solución momentánea a mis problemas, un juego de tres por uno me daría una apuesta de 10 soles por cada tres aciertos, aquel sol en quien había puesto todo mis destino para lucrarme en un momento de placer con Adriana entra por la abertura de la maquina, la palanca que movía las tres circulinas iban deteniéndose mostrándome un 7, la segunda se frena en una cereza y las aspiraciones de conseguir unos 20 soles se desvanecieron en un 7 que cede y me regala con las justas cincuenta centavos y misteriosamente me devuelve el sol, la experiencia y la buena suerte en los juegos de azar no nacieron conmigo.
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Derrotado decido cancelar la cita con Adriana, no podría verla en el estado de animo en que me encontraba, busco un teléfono público, memorizo su número y la llamo, Adriana me contesta y de pronto la llamada se cancela de golpe, la moneda de sol se desliza por la abertura del teléfono e inexplicablemente me la devuelve.
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Sospechaba que la suerte esta echada y que debía ir al encuentro de Adriana pese a cualquier infortunio.
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El bus va casi lleno, estoy a una hora de verme con Adriana, el cobrador del bus pasa uno a uno cobrando el pasaje, miro por última vez la sospechosa moneda que había regresado a mi dos veces en un solo día y supuse que sería una suerte de talismán que le costaba separarse de mi y quizás lo estaba subestimando por decirlo así.
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Un acalorado grupo de jóvenes veraneantes sube por la parte trasera del bus generando que los viajantes aprieten sus carteras y mochilas, la preocupación del cobrador es mayor dejándome con la moneda en el aire y corre a ordenar a aquellos desadaptados que parecen generar un conato de bronca. El cobrador se olvida de mí y no vuelve a cobrarme el pasaje, vuelvo a mirar la moneda y la regreso a mi bolsillo con una sonrisa que no podía ser otra que confiar en ese pedazo de metal circular.
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Adriana me llama me dice que ya llego al centro comercial, después de vernos saludarnos y conversar caminamos por ahí sin rumbo, hemos hablado de nosotros y de nuestro alejamiento, de su noviazgo y su futuro, de nuestras noches y nuestras ganas, siento que Adriana aún me desea y yo también, tomo su mano y me da un abrazo, me da un beso en la mejilla y me vuelve a decir que no quiere que me aleje, que soy lo mejor que le ha pasado... que quiere que le vuelva hacer el amor.
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Caminamos hasta mi casa para rebuscar entre mis pantalones y mis cajones algunas monedas que le haga compañía al sol que descansaba en el fondo de mi bolsillo, sin embargo en mi casa no había nadie, mis padres habían salido de urgencia, tenia la casa sola para mí.
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Contemplo a Adriana desnuda enfundada en sabanas durmiendo sin pesares mientras la moneda de la suerte me mira, (imagino yo sonriente) desde la mesa de noche pidiéndome que no la gaste.

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